Y sí... el roble volvió a
caer, sus cimientos se estremecieron, cedieron ante el cataclismo, colapsando sobre sí mismo. Su caída tiró por tierra las miradas esperanzadas de quienes
vivían a su sombra, levantó una imponente nube de polvo y escombro, ahogando
las silenciosas esperanzas que en él habitaban.
Una vez más la
pesadumbre volvió a apoderarse de todos ustedes, la obscuridad imperó en sus
noches y las calles antes llenas de vida, ahora polvorientas fueron tomadas por
la tragedia y la desgracia, ya no ajena sino propia, tuya, más tuya que de
nadie.
Ironía del destino, su
broma cruel los hizo rehenes desgraciados de un acto por ustedes incomprendido,
¿acaso creían haber expiado sus culpas décadas antes?
Buscando
explicaciones, culpables, señalando a la conciencia eterna, al universo tal
vez. Y a partir de eso, todo cambió, lo que antes no ocurría parece perfilarse
como una realidad cotidiana, no eventualidades sino constantes. De tal manera
habrá que sobrevivir.
¿Sobrevivencia?
En efecto, ustedes que
ahora recuperan sus calles, sus vidas, deben tener presente que lo que conocen
como realidades han sido vulneradas y nunca serán lo que fueron, el dinamismo que
sus historias les impone los obliga a adaptarse, a no acostumbrarse a los
momentos, que son la nada, que eternamente serán efímeros.
Acaso si una enseñanza
les ha quedado, es la de disfrutar cada instante de manera ilimitada, de
intenso placer porque su gozo será tan eventual, tan fugaz como su propia vida,
volteen y revisen su camino, aprendan y no profieran maldiciones como siempre
lo han hecho.
Sobrevivan sin el
roble que los había cobijado.
Agradezcan y conmemoren alegremente la conclusión de su ficticia división temporal ...curiosamente, en
esta ocasión lo merecen.
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