PRIMER TERCIO
(Baras)
Suenan los metales de la orquesta, anunciando el primero de
mis bureles, cárdeno paliabierto, astifino y calcetero, así es “Hasta Siempre”,
ha salido desbocado mirando a todas partes, reconociendo sus alrededores, como aquella
chiquilla las más bella del pueblo, ojos negros profundos como un abismo,
cabellera obscura como la noche de luna nueva, nariz delicada, y labios carnosos,
todo ello sobre un fondo blanco y delicado que es su piel, contrastante como la
luna llena en un cielo negro, con un deseo de devorar al mundo y enfrentar al
que se opusiera a ello. Tan diferentes e idénticos, ¡los dos mortales!
Mis subalternos pretenden retenerlo con capotazos. Ha
rasgado un capote, ¡dos!, -este tío trae un puñal en cada uno de los pitones- dice
mi alterado apoderado, abandono apresuradamente la seguridad del burladero, lo confronto,
de inmediato se amarra conmigo, ha encontrado a su enemigo, intuye que su
muerte será mi triunfo y sabe que la mía no le representa su sobrevivencia,
reconoce su mortal condena.
Así de definitiva es esta última tarde, tal como hubiera
deseado que fuera aquella, cuando esa chiquilla hecha ya una mujer juró ante
Dios ser mía hasta el final de nuestras vidas, se me había entregado una joya,
mi amiga de la noche, Samira, sabía que eras de origen árabe antes de
conocerte, desde los tiempos en que silenciosamente te contemplaba y tu me
negabas tus ojos, probablemente por la incomodidad que te causaba mi mirada, al
ver tu breve cintura, e imaginarme un apasionado encuentro con ella. He de confesar
que te deseé desde el primigenio encuentro de mis pupilas con tu figura.
Salen los picadores, montando los nobles caballos que aunque
protegidos totalmente, no dejan de correr peligro, delicioso peligro, como el
riesgo inherente a vivir, y donde la muerte se convierte en lo único seguro y
cierto.
“Hasta Siempre” con
singular bravura embiste al caballo que no puede soportar su poder y termina
cayendo de costado, el toro hace por el derrumbado picador y los monosabios
intentan hacer el quite, todo mundo salta a la arena para salvar al caído, pero
el toro no deja de buscar codiciosamente su cuerpo, no es noble el burel, ha
desarrollado sentido, yo corro y le grito: ¡TORO!, sabiendo quien le ha gritado
fija sus ojos negros en mi persona, lo cito con el capote y acude bravíamente,
la muchedumbre se hace presente con sus olés, reboleras, estiro la pierna, y el
capote gira en espirales, la suerte se ha echado.
Aquí, solo somos dos, la bestia y yo, en la vida son muchos…
Aquí, cito, templo y mando, afuera soy tan solo un juguete
de Dios…
Próxima entrega: SEGUNDO TERCIO (Banderillas)
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