PASEÍLLO
Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor es contigo.
Bendita eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús.
Santa María, madre de Dios, ruega por nosotros pecadores, ahora y
en la hora de nuestra muerte, amén.
En el nombre del padre, del hijo y del espíritu santo.
Amén.
Maestro, es tiempo…
Sí Fermín, vayamos…
¡VENGA FIGURA! ¡BRAVO!
Gracias señores, en verdad muchas gracias…
Esa apariencia tengo que dar, de estar agradecido, pero mi
interior no tiene más que un ser desnudo y derrotado…
Las trompetas suenan y una cegadora luz va alumbrando la
angustiosa obscuridad del túnel de cuadrillas, al tiempo que retumba el ole del público, ese que enchina la piel y anuda la garganta de la emoción, interrumpiendo mis pensamientos
tortuosos, así iniciamos el lento y saleroso andar, las manos mojadas por el sudor,
como la primera tarde dominical, aquella en la que portaba un pantalón de
mezclilla y botas camperas, en un pueblito del que ya no recuerdo su nombre,
pero donde inició todo esto.
En ese momento era yo un joven asediado por el hambre,
porque si algo he aprendido al paso de los años, es que las cornadas más
dolorosas me las dio ella, el no tener ni un céntimo para comprar pan, no para
mi sino para mis hermanitos, esas sí que eran lacerantes, mortales, maldita
miseria, que nos dio tanto sufrimiento, incluso la muerte de mi madre cuya
enfermedad la torturó ¡y no pude hacer nada para evitarlo!
Al abandonar esa obscuridad, y aparecer en el ruedo, se
escucha la aclamación y miles de claveles y puntitos de confeti me han caído
encima, que paradoja, lo hacen ver como un festejo, como algo de que alegrarse,
¡atrás voceros de satán! ¡ATRÁS!, que se alegran por mi en esta tarde, malditos
demonios, ¿acaso no comprenden?
Es como asistir a un funeral,¡a mi
funeral!, sí, la edad me ha crecido, sí,
he calmado mi hambre, he recorrido el mundo, he tenido los más refinados
placeres que el hombre reserva para algunos, vaya que sí.
Y aunque seguramente eso es una buena vida para muchos, lo
que en este redondel ocurrirá es la propia muerte, ya nunca más, ni una más, me
alejaré de mi pasión. ¿Acaso la vida después de este domingo, es
para mi?, condenado a una inminente vejez, al olvido… al silencio, a la soledad.
¡Ha saltado un espontaneo!, me abraza, levantándome y
agradeciendo, yo lo miro casi con odio, pero debo comprender su incomprensión,
solo vivo este infierno festivo, debo contener el llanto, ese que brota de los
ojos del hombre caído, al tiempo de que estremece el grito de ¡TORERO! ¡TORERO!
Continua la orquesta y partimos plaza tras los alguacilillos,
los tres matadores que conformamos este cartel tan significativo, dos espadas
jóvenes y yo en mi última aparición, ambos polos de la vida convergen al arriesgar la misma, saludamos a la autoridad y nos despojamos
del capote de paseíllo, pronto habremos de encontrar al destino en esta nuestra
inexcusable cita…
Próxima entrega, Primer Tercio...
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