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jueves, 4 de marzo de 2010

EL OBSERVADOR






He observado al mundo durante mucho tiempo, con terror he podido ver como se va erosionando, como se ha ido terminando todo su esplendor, he visto como sus habitantes se han ocupado afanosamente por destruirlo, incluso por explotarse y devastarse a sí mismos.


Con horror, he visto como la hambruna se va apoderando de territorios, mientras que en otras latitudes aves de rapiña acaparan los alimentos y comercian despiadadamente con ellos.


Puedo dar testimonio del impresionante ingenio humano, que no encuentra límites ni fronteras, que ha retado todo dogma de fe y que es capaz de crear vida semejante, o de curar existencias martirizadas por males atroces. Pero también he visto como se ocupa de destruir a sus iguales masivamente, y como va terminando con su entorno.


Veo sociedades que poco a poco van perdiendo valores y se conducen con el solo objetivo de almacenar riquezas no importando lo que tenga que hacer o tolerar para satisfacer su voráz ambición.


Con asombro, me doy cuenta que los Gobiernos buscan perpetuarse en el poder bajo sofisticadas y modernas tiranías que se disfrazan de democracias, y que dejan de lado su función más básica e importante, su razón de ser. Es indignante, que aquellos que pretenden conducir sociedades, que pregonan formas ordenadas de vida, son los primeros en quebrantar el orden, son los primeros en desatender a los más necesitados, son los que intensamente vulneran, golpean, venden y ofenden a la sociedad, aquellas a la que una vez juraron defender, bajo la sacramental e idílica frase “cumplir y hacer cumplir sus leyes.”


Ante tal panorama, caigo vencido por la visión dantesca, por la descomposición, por la hipocresía en todos sus niveles, no puedo afrontar tales circunstancias, quisiera huir, es un instinto sin sentido. Busco un salvador, un líder, un luchador una conciencia que resista tales embates, que conduzca al mundo a mejores circunstancias, al edén hace milenios prometido, y descorazonado veo que esas almas combativas han sido apabulladas por la contundencia del acontecer.

Volteo a los cielos buscando el regreso prometido y pierdo el aliento al ver que Él mismo, en lenguas violentas de fuego, llama de vuelta a sus ángeles porque no puede permitir que se envilezcan, como lo hizo su creación. Los que nos quedamos únicamente vemos un par de huellas y no nos digas que es porque nos estás cargando, en realidad nos has abandonado con el pretexto del libre albedrío que, acéptalo, no existe. Porque no puedo concebir que esto haya sido la suma de nuestras voluntades y decisiones; sino que somos un perverso juego de alguien, que se divierte con la variedad de nuestras circunstancias.


Pierdo la respiración, y la vida se me escapa como arena entre los dedos, no temo, al contrario. Por fin mi martirio acaba, concluyo mi papel de observador en este mismo plano, transito al siguiente estado de conciencia, en el que pierdo, al fin, la estela de lo que he visto. Ah de ustedes los miserables que permanecen.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Mi estimado Federico, me gustó mucho este texto, está lleno de verdades complejas y al mismo tiempo es fácil de comprender, ¡guau!

Te felicito una vez más.

Ángeles.