
Ahí estás, tan bella como siempre, con ese donaire que te rodea y que te vuelve mágica a mis ojos y a los de cualquier ser que tenga la maravillosa fortuna de cruzarse en tu camino, cuando sabiéndote dueña de la situación caminas con esa intensa seguridad que hace voltear al hombre más inexpresivo y apagado.
Como cada atardecer, acudes a la cita, pasas por mi mirada, haces que mi corazón lata con gran fuerza que sólo experimento al verte. Algunas veces volteas, me sonríes casi con coquetería, podría jurar, y en no pocas ocasiones, cuando vas acompañada finges no verme y pasas de largo, en esas citas vespertinas.
El martirio, lo sabes, son esas tardes en las que puntualmente acudes a mi, te sientas a mi lado y me cuentas tus penurias y en confidencia sagrada me develas tus más bajos anhelos y pasiones, y yo mientras soñando con ser coprotagonista de esos episdios, pero guardo la distancia respetuosa que en muchas ocasiones he querido romper, porque tanto tú como yo sabemos que seríamos infintamente dichosos en una unión de almas, haciéndote feliz con mi compañía, con ese afán de hacerte sonreír para que ilumines la noche más obscura o el día más nublado o provoques el amanecer en nuestras mañanas. Lo sabes, puedo hacerte la vida entera, si me decidiera.

Sabes, me doy cuenta que estás sola, y que buscas a alguien, casi un padre que te de seguridad, al que puedas recurrir cada vez que la noche tormentosa te atemorice, pero que al mismo tiempo te llene de las caricias que tanto disfrutas, y que por momentos intuyo buscas en mi, cuando puntual por la tarde acudes a la cita, y yo, como siempre vestido de largo y negro te recibo dispuesto a escucharte y absolverte.

2 comentarios:
Wooow bravoooo!!!!! maravillosa entrada, muy bien Federico, que bueno que regresas para nutrirnos con tu maravillosa literatura!!!
mmm... cuanto anhele la cita pero no pudo ser...hoy entiendo que el no buscaba lo mismo que yo (ps si) que se puede hacer...lindo escrito felicidades
Publicar un comentario